jueves, 5 de junio de 2014

El sagrado día de Pentecostés.

XVII   

El sagrado día de Pentecostés.

       Toda la sala del Cenáculo estaba, la víspera de la fiesta, adornada con plantas en cuyas ramas se colocaron vasos con flores. Guirnaldas verdes colgaban de uno y otro lado de la sala. Las puertas laterales estaban abiertas; sólo la entrada principal del portón estaba cerrada. Pedro estaba revestido de sus vestiduras episcopales con capa adornada, delante de la cortina del Santísimo, debajo de la lámpara, donde había una mesa cubierta con un paño blanco y rojo con rollos escritos. Frente a Pedro, cerca de la entrada del vestíbulo, estaba María cubierta con el velo y, detrás de ella, las otras santas mujeres. Los apóstoles se hallaban en dos hileras, a ambos lados de la sala, con el rostro vuelto hacia Pedro. Detrás de los apóstoles, en las salas laterales, estaban los discípulos de pie, para formar el coro en el canto y en la oración. Cuando Pedro bendijo los panes y los distribuyó, primero a María santísima, luego a los apóstoles y discípulos, cada uno le besaba la mano. La Virgen santísima también lo hizo. Estaban presentes en la sala del Cenáculo ciento veinte personas, sin contar a las santas mujeres.
       A medianoche se sintió una conmoción extraordinaria en toda la naturaleza, que se comunicó a los que estaban junto a las columnas y en las salas laterales, en profunda devoción, orando con los brazos cruzados sobre el pecho. Una sobrenatural tranquilidad y sensación de quietud se esparció por toda la casa, y en los alrededores reinaba religioso silencio. 

martes, 14 de enero de 2014

Los cinco minutos del Espíritu Santo. Enero 5

       
       El Espíritu Santo es el que puede transformar nuestros corazones con su soplo, con su fuego, con su poder y su luz. Con su fuerza podemos cambiar poco a poco nuestras actitudes llegando a ser personas renovadas. Siempre es posible cambiar con el auxilio del Espíritu. Si no cambiamos no es porque él no puede, sino porque nos respeta delicadamente. No nos obliga ni nos invade. No actúa allí donde nosotros no se lo permitimos. Respeta nuestras decisiones, y también nuestra debilidad.
       Pero si dejamos que el Espíritu actúe en nosotros, si lo invocamos, si le permitimos que él nos impulse, entonces la vida se llena de actos de amor a Dios y a los hermanos, y así nos convertimos en seres "espirituales", es decir, conducidos por la fuerza del Espíritu Santo. El Espíritu Santo nos va renovando, y así ya no nos amargamos el corazón con rencores, celos, envidias. Ya no estamos inmovilizados por la indiferencia y el egoísmo, y ya no somos esclavos de los vicios y los malos apegos. Al contrario, nos llenamos de esperanza, de fortaleza, de alegría en medio de las dificultades, y nos sentimos verdaderamente libres, "nuevas criaturas" (1 Cor 5, 17).
       La Biblia nos habla bellamente de los frutos que produce el Espíritu cuando lo dejamos actuar, y los resume en siete: "amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre y dominio de uno mismo" (Gál. 5, 22-23). No le pongamos obtáculos, para que él pueda producir esos frutos en nuestra vida.

Fuente: Los cinco minutos del Espíritu Santo

Los cinco minutos del Espíritu Santo. Enero 4

       
       El Espíritu Santo quiere regalarnos un mundo mejor. Pero más bien parece que nos hemos olvidado de buscarlo, que nuestro corazón cerrado no le deja espacio, que no nos decidimos a ponernos de rodillas e invocarlo con fe, con ansias. Él ya ha tomado la iniciativa de buscarnos. Ahora es necesario que le permitamos actuar. Te propongo que le abras el corazón y le digas con ternura:

"Ven Espíritu Santo, 
ven Padre de los pobres, 
ven viento divino, ven.
ven como lluvia deseada, 
a regar lo que está seco en nuestras vidas, ven.
Ven a fortalecer lo que está débil,
a sanar lo que está enfermo, ven.
Ven a romper mis cadenas, 
ven a iluminar mis tinieblas, ven.
Ven porque te necesito,
porque todo mi ser te reclama.
Espíritu Santo,
dulce huésped del alma, ven, ven Señor."